No es que uno espere algo diferente en la parada, mientras el último autobús de la noche se aleja y uno se queda hurgando monedas invisibles en los bolsillos. Ni de la nube de monóxido de carbono que atrás deja; de la que ahora aparece un viejo tal vez tuerto, tal vez loco, pero indiscutiblemente pobre, con la mano extendida esperando centavos pero recibiendo las primeras gotas del que será el temporal más atroz del milenio. No es que uno espere nada distinto ni es razón para que el uno se vaya llorando y el otro se quede riendo. Nada de eso debe dar pie a conclusiones ni teorías justicieras porque uno sabe que desde hace más de cuatrocientos años, sosteniéndose la panza de la risa en el bosque, Juan Haldudo el Rico aguarda que regrese el apaleado Andrés con don Quijote.
Por Luis Chaves