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Que yo sepa. en el Quijote hay seis referencias a Agramante: tres como personaje del Orlando furioso y otras tres en la expresión “campo de Agramante”. Quiero recordar que fue ahí donde conocí el estricto significado de “discordia” aplicado a esa locución. Como bien se sabe, el Orlando es una epopeya culta, de tradición cortesana, y su protagonista, loco de amor por los desdenes de Angélica la Bella, tenía que ser muy del agrado de don Quijote. Y del mío, claro. A mí me sedujo Agramante, el caudillo sarraceno, porque me servía para definir lo que ese otro personaje del Orlando había bautizado con su nombre: un lugar donde reina el desorden y la confusión. Así que Campo de Agramante no sólo es el título de una novela mía de esa índole, sino que remite a otros trastornos más generales.
Por José Manuel Caballero Bonald
Más vale vergüenza en cara que mancilla en corazón. La joven Altisidora, doncella atrevida, graciosa y desenvuelta, de catorce años y tres meses, se brinda al buen caballero andante con distintos procedimientos: gestos provocativos, mostrando de manera desmedida su cabellera ("no puede haber gracia donde no hay discreción"), insinuaciones, palabras intencionadas, etc. Pero nuestro héroe resiste bien las tentaciones, aunque no tanto los variados menosprecios e insultos que acompañan su rechazo ("las iras de los amantes suelen parar en maldiciones"). Altisidora, tan bravía como desafiante, llega a poner en duda la virilidad del hidalgo ofreciéndole calzado femenino. Hasta le acusa de haberle robado sus ligas. Altisidora describe a don Quijote como un bacalao con "alma de almirez y mesco de dátil". Nuestro caballero ve en Altisidora a una muchacha desenvuelta: Sancho la describe como a una joven antojadiza. Yo me encuentro con Lolita.
Por Jesús García Sánchez
Todos los escritores tienen un doble interno que escribe los borradores mentales de sus obras. Son esos borradores que nunca van a dar a la página en blanco. Pero en 1614 ocurrió un hecho fantástico: el doble de Cervantes consiguió salir de su mente e ingresar en la realidad. Se hizo llamar Alonso Fernández de Avellaneda y se las ingenió para llevar a la imprenta el borrador mental de la segunda parte, que había sido desechado por Cervantes. A ese libro los críticos lo llamaron el Quijote apócrifo y por siglos se dedicaron a especular sobre la verdadera identidad de un autor sin biografía. Fue atribuido a Lope de Vega, a Tirso de Molina, a Fray Baltazar Navarrete, a Jerónimo de Pasamonte y a un centenar de otros candidatos. Los críticos, sin embargo, no lograron explicar convincentemente algo bastante inexplicable: que en La guarda cuidadosa, en El Coloquio de los perros y en Viaje del Parnaso, todas obras anteriores a 1614, Miguel de Cervantes aludiera a distintos aspectos del Quijote de Avellaneda, es decir, a un libro que aún no había sido publicado. Pero hay mas: en el Quijote de 1615 (Capítulo LXXII, segunda parte) aparece con toda naturalidad don Álvaro Tarfe, personaje inventado por Avellaneda y no por Cervantes. Ese capítulo explicita las correcciones que le hizo Cervantes a su borrador mental. Cervantes sabía que Avellaneda no era más que un doble psíquico suyo, un fantasma de su imaginación, seco y... "avellanado". ¿Pero quién iba a creerle tan inverosímil explicación? Después de todo, ningún escritor está dispuesto a aceptar que lo crean más loco que sus propios personajes.
Por Óscar Hahn
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