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El pensamiento produce estragos en la oscuridad, agujeros en la noche: "Apriesa cantan los gallos, e quieren crebar albores", dice el poema del Cid.
La independencia es una luz que se escucha detrás de la palabra poesía y en el fondo de la palabra pozo.
Cuando se la saca a la superficie, la independencia brilla pero no se ve.
Desde antes de la enseñanza escolar de la Historia. Desde antes de salir con uniforme de gala a las conmemoraciones heroicas de la patria y la república. Desde antes de esos desfiles con pasos de sonoridad monocorde en marchas largas donde muchos nos desmayamos, insolados por la canícula de julio. Desde antes del ritmo de las bandas de guerra y sus clarines, bombos, redoblantes y el bastonero haciendo piruetas en el aire con la batuta adornada de borlas. Desde antes que el florero ocupara un lugar de símbolo en el aprendizaje. Desde antes.
En Cartagena de Indias independencia era noviembre. Empezaban a irse los aguaceros y una brisa tímida soplaba desde la lejanía del mar. Noviembre era la fiesta, popular y profana, durante la cual la gente abandonaba las casas y enfrentaba la autoridad de uno mismo para transgredirla. 11 de noviembre. La identidad ordinaria quedaba sepultada por un disfraz: capuchones como los de la Inquisición; hombres vestidos de mujer y voz impostada y mujeres con bigotes de carbón y traje masculino imitan al trueno cada vez que hablan; blancos con la piel cubierta de betún negro y negros con la piel untada de albayalde.
El viejo orden colonial que se trastocó hace dos siglos busca perpetuar la rebelión por la vía de la parodia. Los festejos que conmemoraban la independencia de la Corona, lograda con proclamas y guerras abrieron los espacios a la insurgencia de lo popular. A alguien se le ocurrió celebrar el modelo completo y en medio de la alegría sin responsabilidades de un carnaval que olvidaba su origen, ideó un concurso de reinas. Así, en la orilla del desbordamiento, entre deseos perseguidos y sueños realizados, el vértigo se detiene para contemplar a las mujeres que serán escogidas como reinas. Esas mujeres soberanas de belleza, destruídas por el cansancio de unas fiestas largas, apenas si tienen fuerza para las sonrisas y despedirse hasta el año entrante donde ocurrirá un derrocamiento esperado.
Independencia o muerte. Así es la vida.
En este término hay mucho de ilusorio, pues los seres humanos, además de depender unos de otros en todo, estamos muy determinados por nuestro condicionamiento. Lo que prevalece es la interdependencia y esa sujeción a lo que nos ha formado. Nuestra dependencia es casi total, pero este ‘casi' que parece insignificante tiene una importancia decisiva; representa el margen de libertad que nos permite ver, orientarnos, dirigirnos, en suma, ser de veras vivientes. Por ese espacio podemos pensar sin credos limitantes. Esto en el plano individual, pero lo dicho cabe hacerlo extensivo a las naciones que también dependen unas de otras, y aisladas serían inconcebibles.
El grado de independencia de cada una tiene más que ver con su desarrollo que con la altisonante soberanía que tanto ha servido a dictaduras y autocracias para cometer desmanes sin que la comunidad internacional pueda impedirlos. Aquí en Venezuela, por ejemplo, el actual régimen alardea de estar completando la obra de Bolívar, pero como el país produce menos que antes, es más dependiente que nunca.
1819
No se conocieron pero ambos transitaron en dos continentes distintos por las mismas fechas. Pongamos por ejemplo el año de 1819. Uno era sordo y pintor y en ese año tomó por asalto las paredes de su quinta a las afueras de Madrid. El otro hablaba en tono enérgico, era de baja estatura y de carácter agrio con sus allegados, pero amable, quizás en demasía, con las mujeres. El primero cambió con su locura la historia del arte. El segundo, cambió la historia de América. El de allá se llamaba Francisco y el de acá, Simón. Juntos sin saberlo, el pintor con su pincel y el general con su espada, escribieron en el aire esa palabra que a todos aterroriza porque todo lo cambia, esa palabra que en otros sería retórica pero que en ellos era más que una palabra, esa palabra que en sus labios sonaba como suenan las palabras cuando se dicen por primera vez. Después, el primero pintó un perro solitario y temeroso asomando su hocico entre unas dunas desoladas. Y el segundo, creó en ese mismo año la Gran Colombia. A pesar de que transitaron cuarenta y cinco años por este planeta, aquí y allá, nunca supieron cuánto se parecieron sus trabajos.
Independencia. Sustancia móvil, principio vital, rizoma cifrado en la singularidad de cada una de las cosas que son; por verbigracia, fenómeno ambivalente de cortísima duración, pero efecto prolongado. Se dice que cada I. alberga por añadidura su propio límite y contradicción. A causa de esto, todo contacto directo con la I. enciende deseos y sueños tan complicados de erradicar como de realizar, pues aunque la I. abunde como oxígeno y pulsión para todos los seres vivos, se torna en cambio enrarecida y rala a medida que se adentra en la atmósfera del entarimado social, donde pocas veces es bien recibida. Por otra parte, en botánica, los especialistas la emparentan con la música, mientras otros menos autorizados, la relacionan con la poesía. No obstante todos los autores señalan como sus peores enemigos a la ingenuidad y a la autocomplacencia. Nos advierten que la I. suele adquirir las formas de la patraña cuando es dominada por discurso político, o bien, quedar como un ejemplo de simulación o de simple imposibilidad en el concierto de las naciones
En el mundo hispánico, la palabra independencia está en 2010 cargada de resonancias, porque conmemoramos dos siglos de lo que José Martí llamó «el poema de 1810», el inicio de las luchas por la independencia política de la América española. En cuanto a nuestra América en conjunto, tales luchas empezaron mucho antes: con las revueltas de indígenas y de esclavos negros contra los amos europeos y sus descendientes. Y en lo que fue el Saint Domingue francés y hoy se llama Haití, tales revueltas, verdadera revolución social, se convirtieron en una guerra por la independencia, obtenida el primero de enero de 1804. Años después de pronunciar aquellas palabras, Martí añadió en 1889, ante el entonces naciente imperialismo estadounidense, que había llegado «para la América española la hora de declarar su segunda independencia». En tal hora estamos en 2010. No puedo dejar de citar que Alfonso Reyes escribió que España solo se sintió de veras unida cuando a comienzos del siglo XIX realizó heroicamente su guerra de independencia contra la invasión francesa. Lo que me lleva a recordar que la América española no peleó contra la España de su independencia, sino contra la opresión de gobernantes españoles colonialistas.
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