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Creo que los que tienen la palabra "independencia" siempre en la boca son en el fondo los más dependientes. Para que un colectivo humano sea capaz de estrechar y decantar sus vínculos la mejor fórmula es que ese colectivo tenga una conciencia clara de la unidad; pero una unidad real y efectiva exige, antes que nada, tener un claro compromiso con la independencia de sus partes.
El miedo es lo que más nos expone al peligro, y no hay más nítida expresión del miedo que el muy extendido y arraigado en el ser humano, por paradójico que parezca, miedo a la libertad. Se prefiere ser dependiente, tutelado por algo o alguien, antes que independiente. Ése es uno de los síntomas más claros de la inmadurez en la que vivimos. La verdadera independencia de los individuos y de las colectividades nace y se desarrolla en paralelo al proceso de maduración de ese ser o sociedad. La independencia conquistada en ese proceso de desarrollo sutil es la que nos permite aceptar la independencia de los otros, comprender que su sagrada libertad no atenta a la nuestra.
Unidad con independencia de sus partes. Siempre me consideré un hombre independiente, salvo cuando la desesperación provocada por la pasión se interpuso en mi camino hacia el conocimiento. Fue entonces cuando la realidad se manifestó muy pedagógicamente y me ayudó a distinguir entre la idea que yo tenía de la independencia hasta ese momento y mi verdadera libertad futura. En ese periodo cobró carta de naturaleza en mi fuero interno la evidencia de que cuando se nace no se es hijo de nadie, sino de nuestra libertad futura. El amor pasión esclaviza por más que también nos abra puertas, pero el amor pasión, si sabemos ser consecuentes, es decir, si aprendemos a madurar, acaba por decantarse y por convertirse en un amor a secas, fértil, liberador. Y nuestra madurez, nuestro verdadero compromiso con la realidad, es el que favorece dicho proceso en nuestro interior, porque nos obliga justamente a ser conscientes de que si amamos a alguien lo amamos desde la conciencia de ese sentido de la unidad, pero con clara conciencia también de su independencia. Ése y no otro será el amor que perdure. Aplíquese a cualquier ámbito de nuestra vida, al personal, social, ético, político...
Cuando oigo la palabra independencia lo primero que me viene al cuerpo es una honda sensación de libertad, de alegría y de alivio, y pienso inmediatamente en una: la de México. Me siento como si estuviera viviendo la noche del grito del 15 de septiembre de 1810 o como si viera entrar el ejército trigarante a Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, aun si uno sabe, que luego de la consumación de la independencia, vinieron décadas de tropelías y destrucción, el ciclo ciego y repetitivo de dictadura y anarquía, entre lo cual, lo más terrible y doloroso, fue la pérdida para México de más de la mitad del territorio en 1847 con los Estados Unidos.
Cada país del mundo está siempre por descubrirse y uno quisiera haber conocido cada país del mundo. En general los nacionalismos son odiosos, pero la experiencia me muestra que uno debe tener una pequeña parte en esta tierra en la cual vivir, y a la cual querer y defender, algo que sea uno en nosotros en cuerpo, espíritu y alma, aunque ese algo esté hecho de la tristeza y de la desdicha. Yo nací y moriré mexicano, pero si alguna vez, en los años que me restan, hay una unidad real de América Latina mi gran sueño es ser de los primeros en tener en el bolsillo un pasaporte bolivariano.
Lo hicimos, como tantas otras cosas, al revés. Pueblos -personas que hablaban por los pueblos- primero declararon que eran libres: mi pueblo -esas personas, 1810-, declaró que era libre. Y los mismos pueblos, años después, declararon que eran independientes: ¿cómo se puede ser libre sin ser independiente? ¿No es la libertad tanto más que cualquier independencia? ¿No las engloba a todas?
Independiente supone un otro de quien hay que deshacerse al romper la dependencia; libre no supone relación, no hay más otro que todos los otros -una categoría, no un sujeto. Y, sin embargo, nuestros iniciadores primero fueron libres y después se acordaron de ser independientes. Alguien sospecharía que quizá lo que entendían por libres era tan pobre que tuvieron que agregarle independientes. Alguien, que no se puede empezar una historia diciendo una había vez. Alguien, que en ese error inicial hay una clave.
Independencia es un camino escarpado que sólo se puede andar en un único sentido: nadie que lo recorra a conciencia lo desandará, puesto que desaparece a sus espaldas. Cuando el caminante mira hacia atrás ya no ve el tajo que divide la tierra, símbolo de la porfía del hombre, sino un paisaje restablecido.
Tan pronto decide andar el caminante trata de desligarse de sus ataduras más notorias: las que no lo dejan moverse, expresarse, asociarse, crear libremente. Pero el que adopta la disciplina del camino entiende pronto que el trayecto no termina allí. Sólo es verdaderamente independiente aquel que asume que todo lo que no necesita de modo esencial lo ata y lo sujeta.
Como dijo el magnífico poeta Iqbal: el momento en que uno reconoce lo que es bello en este mundo, deja de ser un esclavo.
INDEPENDENCIA. UNA POSIBLE DEFINICIÓN
Independizarse. Poder decir no después de tanto sí acumulado. Hacerlo todo por tu cuenta y no tener quien te marque la ruta. Dejar la vida subterránea por la vida al aire libre, esa que está a la vista de todos. Alejarte de tu madre y de tu padre. Quedarte solo contigo mismo, allí, a la intemperie, en medio del camino. Convertirte en otro y en tu propio otro. Dedicarte a fabricar odas y odas a la agricultura de tu zona tórrida. Ser independiente cada día, a cualquier hora y en todas partes. No hallar a quién culpar de lo que no sabes, de lo que no tienes, de lo que no haces, de lo que no eres. Llevar la independencia como una piedra que se arrastra, se arrastra, te arrastra. La independencia es cansancio. Toda independencia desnuda.
La palabra Independencia me sugiere la idea de la libertad, lo contrario de lo que es sujeción o servidumbre, una autonomía suficiente que permita a un individuo ejercitar su soberanía y decidir su conducta en función de sus propias convicciones y deseos, sin presión alguna que lo limite u obligue a hacer concesiones o retractaciones. Desde el punto de vista colectivo, es independiente una sociedad que se ha liberado de la condición colonial y tiene un desarrollo económico y social mínimamente suficiente para decidir su política interior y exterior de acuerdo a sus propios intereses y no los de una potencia extranjera. Desde el punto de vista intelectual y artístico, la Independencia permite a un escritor o a un artista crear en función de sus motivaciones más íntimas o expresar sus ideas y opiniones sin sentirse amenazado o discriminado.
Dicho esto y partiendo del hecho de que la Independencia es un valor, la realidad es que, saliendo de lo abstracto y concentrándonos en la vida concreta, tanto individuos como sociedades nos movemos en un contexto en el que inevitablemente nuestra independencia se ve limitada por razones diversas. Una de estas razones es la convivencia. La vida en sociedad se vería amenazada si ejercitáramos nuestra independencia hasta el extremo de arrollar la de los otros. Otras razones son éticas, religiosas, ideológicas, límites que nos auto-imponemos en razón de creencias y opciones cívicas y morales que nos parecen necesarias para mejorar la vida, alcanzar determinados objetivos o impedir desgracias y extravíos. La Independencia absoluta, como la libertad absoluta, son inalcanzables. Pero soñar con ellas, tratar a diario de conquistarlas, es como podemos ser independientes, y, también, estar alertas para no permitir que nuestra libertad sea recortada más allá de aquel límite que hace posible la coexistencia entre individuos y naciones.
Lima, febrero de 2010
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