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Para mí la palabra 'independencia' tiene mucho que ver con la palabra 'libertad'. Hace unas décadas, estaba de moda la palabra francesa engagement, que solía traducirse por "compromiso". Decía Celaya, por ejemplo: "Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse." Y lo cantaba Paco Ibáñez, para más inri. Yo creo que una de las maneras más hondas, más intensas y menos lesivas de s'engager, de "comprometerse", es precisamente no hacerlo. La verdadera independencia se construye desde la libertad de elegir una postura u otra en las mil y una pequeñas decisiones que uno debe tomar a diario, no desde la asunción de un único y global compromiso ideológico, pues se me hace imposible pensar que hay una ideología esperándome al otro lado de la puerta para colmar mis expectativas e iluminar con sus fuegos fatuos el camino que lleva a ninguna parte. Creo que el pensamiento escéptico es una de las aportaciones más relevantes de la filosofía griega -en este caso, de época helenística- al desarrollo de la Historia y al progreso de la Humanidad. La duda es el pilar de todo avance humano, sea éste personal o colectivo. Y sólo podemos dudar en la medida en que somos independientes, en la medida en que somos libres.
Independencia.- Dícese del estado en el que necesitan vivir los seres libres. Dícise del sentimiento que acompaña a las ideas que procuran respirar en libertad. Dícese de las realidad jurídica, económica y social que permite el ejercicio de las libertades. Dícese, por fin, de los compromisos de vigilancia que asumen en público los que están dispuestos a defender su conciencia por encima de cualquier mandato patriótico, racial, político, económico o religioso.
En España se suele llamar también independientes a los ciudadanos que pretenden utilizar la política, sobre todo el urbanismo municipal, para tejer operaciones de especulación inmobiliaria sin someterse al control de los partidos tradicionales, ya de por sí demasiado flexible en estos asuntos.
Pero independiente en el sentido digno de la palabra es sólo quien sabe que las conciencias pertenecen a una determinada educación sentimental y a las elaboraciones sociales de la identidad y del negocio. Por eso la independencia no es un balneario de lujo, sino un incómodo hotel de frontera en el que cada huésped debe vigilarse a sí mismo.
El mayor don de la independencia es poder elegir con libertad de quién dependemos, con quién establecemos vínculos y en qué ilusiones colectivas estamos dispuestos a embarcarnos. La independencia asegura la libertad de elegir las propias desilusiones.
La educación, el amor y la independencia nos ayudan a convivir y a salvarnos de la dependencia selvática de la soledad.
Independientes son los países sin tiranos, los escritores encadenados a la libertad de su mesa de trabajo y los enamorados que necesitan, como Cernuda, unos brazos donde sentirse presos.
Pero no se olvide nunca que para embarcarse en una historia de amor, en un libro o en una ilusión colectiva contra los tiranos, resulta primero muy conveniente aprender a quedarnos solos.
INDEPENDENCIA
La palabra evoca para muchos una fuerte carga política, que gusta o disgusta, según el ángulo de mira. Pero la independencia esencial (para mi) es la del individuo, y no me importa aportar al conjunto semántico -aunque no hablo de mero anarquismo- un toque de libertarismo y de acracia. El "homo mensura" de los humanistas, el hombre verdaderamente libre ( y por tanto independiente) habrá de vivir en países de democracias muy plurales y muy limpias -hoy hay multitud de democracias "sucias"- pero ser, en lo íntimo (por mor del pensamiento y de la cultura) un ser plenamente libre, consciente de que vivirá en una armónica sociedad de ciudadanos libres también, donde reinarán la pluralidad política y moral -se habla poco de la libertad moral- en un ámbito laico de respeto por todos y de armonía entre iguales, libres y distintos. Tal es (por encima) mi ideal de "independencia", como será fácil observar, tocado aún de un fértil grano de utopía. En un mundo de fronteras anchas, jamás estrechas.
Creo que la independencia se sostiene siempre en dependencias. Pero las dependencias desde luego que no son unas iguales a otras, ni son equivalentes. Como decía el poeta (JRJ), aunque se refiriese a otra cosa, hay "planos, grados y niveles". No es lo mismo depender del amor luminoso de un amigo, por ejemplo, que de un siniestro grupo de poder político que trata de imponerse saltando por encima de lo que sea. No es lo mismo depender de una dosis diaria de belleza -una ciudad que se despierta lentamente con un hermoso resplandor azul, pájaros enloquecidos, niños entrando en el colegio, frescor de cosa nueva--, que de una confederación económica de intereses predadores.
Pensándolo bien todo consiste en los ejemplos. En este sentido, un hombre, una nación, vale tanto como sus sueños concretos de independencia, pero, sobre todo, vale tanto como sus ejemplos de dependencia. Nos define el afán de independencia, que es vecino pared con pared del afán de libertad, y de la capacidad para decir no, y nos define el lugar donde ponemos los codos, los zapatos, la cabeza. Con quién y para qué. Por qué, cómo.
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