- Inicio
- Poesía viva
- Referencias
- Reseñas
- Artículos
- Poetas
- Conversaciones
- Monográficos
- Actualidad
- Enlaces
A la independencia le ladran los perros del sometimiento, la censura, el autoritarismo, la sumisión.
Pienso a la independencia como una suma de territorios liberados: desde diminutas zonas de la subjetividad a extensas geografías del no acatamiento.
Parafreaseando al poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, diría que con mi independencia en movimiento, pongo en movimiento a otra independencia.
Si cada palabra se arma en la contigüidad con otros términos, independencia estaría en el mismo vecindario que "libertad". Y por abarcar un amplio espectro que va de lo social a lo individual, en un extremo se toca con "movimiento" y en el otro con "imaginación". En ambos casos denota iniciativa, involucra a la creatividad, arrastra contienda, suma criterios propios. Y por qué no "utopía", ya que también su razón de ser es la búsqueda y la posibilidad de pensarse en un viaje que es aventura emancipadora.
La poesía es independiente en tanto salta sobre las empalizadas de los géneros literarios y encuentra abrigo en la intemperie de las exploraciones y las torsiones de un lenguaje nunca saciado de sí mismo.
Es sabido que la democracia liberal abusa del término, lo sobrevalora y lo vacía de significado para que la gente se conforme con su pequeña terminal de consumo en la sociedad del espectáculo. La destrucción de los tejidos comunitarios y la consecuente desaparición del espacio público se han efectuado en nombre, precisamente, de la independencia, de la libertad individual. Independencia es el tipo de palabra que le gusta usar a Silvio Berlusconi. Por eso para mí el término no tiene ningún valor sino es sinónimo de rebeldía y de cierta actitud de alerta hacia lo que ocurre con los demás, con esas otras tantas independencias con las que se pueden generar sistemas de intercambio y traducción de experiencias. La independencia solo es posible en compañía de los otros. Sin los otros la independencia se convierte en un término carcelario. Sin los otros la independencia se convierte en el síndrome de Diógenes, en el silencio rancio de los patios interiores, en gente que se muere sola viendo por televisión cómo otra gente se muere sola.
Independencia: Tercera acepción. Concepto firmemente arraigado en el corazón (así decimos) de ciertas personas de difícil domesticación, que las hace actuar según su propio criterio, a menudo contra corriente, a intentar no dejarse prender ni en redes ni en anzuelos, y a no agruparse en bancos ni en otras formaciones gregarias. Podría tachárseles de masoquistas, pero en realidad son una mezcla de aventureros, estoicos y epicúreos, con principios y hábitos libertarios. Su comportamiento les acarrea no pocas dificultades, pero encuentran un aliciente en superarlas. Suelen sentirse, pese a todo, satisfechos.
La verdadera independencia sería la del reloj frente a las horas que desgrana. Su necesaria existencia, ciegamente asumida, desprovista hasta entonces de anhelos y fortunas, encerrada en un calculado engranaje, abriga sueños insospechados de los muchos mundos posibles dominados por relojes liberados, hartos de resultados recurrentes, que no quieren saber ya nada de calibres ni de mecánica. Nómada en su refugio inamovible, el reloj, declarado ya en franca rebeldía, altera en su provecho el principio indestructible e inmutable del tiempo cuyo cómputo, a partir de ese decisivo momento, él va a marcar, libre ya de la hora del hombre, en nombre de su propio nombre. Su ensimismada y compleja voluntad de piedra se opone a la naturaleza de la carne que, horrorizada por el desafío, columbra aspavientos de franca rebeldía en los esclavizados relojes del entorno. Estos últimos, sometidos en apariencia todavía al despotismo de las horas y a las sevicias de sus usuarios, son accesibles ya a la marea que, en creciente delirio, arrastrará de manera envolvente a todos los relojes del mundo a una revuelta contra el tiempo de consecuencias imprevisibles.
Independencia: una palabra hermosa por su sonoridad. Qué sensación de bienestar produce y, sin embargo, qué confusión y desencanto conlleva en su propio significado. ¿Acaso alguna vez algo ha sido independiente? ¿Alguien se ha considerado indepen-diente? El maestro José Alfredo cantaba que todos nacemos llorando, vivimos llorando y morimos llorando. Así también todos nacemos dependientes, vivimos dependientes y morimos dependientes. Y no me parece que sea políticamente correcto equiparar el concepto de independencia con los de libertad y dignidad, simplemente porque pueden ser y, a menudo lo son, divergentes. Independencia era lo que pretendía aquel personaje feo, pequeño y contrahecho que se llamaba Lope de Aguirre, uno de los pioneros en procurar autonomía en la América Española y en fracasar, y que según el propio Simón Bolívar firmó el primer acta de independencia. Amparándose en las continuas injusticias con los indígenas, la corrupción de los funcionarios, y la condena moral a los clérigos, motivos sin duda ciertos, decide buscar la independencia con la lucha, la guerra y la muerte como principios y, que se sepa, como única ideología, principios muy semejantes a los empleados por los precedentes conquistadores y por los posteriores próceres independentistas. No parece que sea esta la manera más sutil de actuar, pero de lo que no hay duda es de que no es el camino apropiado para ninguna libertad o dignidad.
Lope de Aguirre carecía de principios éticos y en absoluto defendía algún nacionalismo. El hecho de que el colonialismo produzca situaciones bárbaras de injusticia, no obliga a cerrar los ojos ante todos los actos de los que levantan la bandera del anticolonialismo. Sólo cabe defender siempre los valores de la libertad y la dignidad. La historia nos ha demostrado que muchos héroes tienen sus uniformes manchados de sangre. El paso del tiempo suele bajar a los héroes del pedestal, porque pasan de ser paladines míticos a convertirse en seres humanos con dependencias y contradicciones. Algunas figuras se consideran héroes durante años. Pero no debemos de olvidar que los héroes son un producto que casi siempre brota en el campo abonado de las dictaduras.
Volviendo al vocablo independiente, el diccionario de la Lengua de la R. A. E. lo define como el estado del que no es dependiente. Ni la propia palabra se libra. Es mucho más concreto y más terrible el New York Times (1968): "Ningún país sin una bomba atómica puede considerarse independiente".
Independencia
Es notorio que este año brillará en ceremonias que han de festejar el bicentenario de numerosas naciones latinoamericanas. Quién sabe si en estas celebraciones del comienzo de la liberación del colonialismo español se subrayará que, si independencia hubo, no lo fue para las mayorías y además fue cortita. En la Argentina, no tardó en dominar el colonialismo británico envuelto en nuevas formas. Le siguió el imperialismo estadounidense con maneras brutales: América, desde el río Bravo para abajo, padece desde el siglo XIX intervenciones militares y la apropiación y larga ocupación de territorios por las fuerzas armadas de EE.UU. Cabe reconocer que entonces ninguna hipocresía los llamaba "ataques preventivos" frase con la W. Bush pretendió disfrazar la invasión de Irak y Afganistán.
Y luego, ¿gozaba de independencia el gobierno de Allende cuando lo derribó un golpe de estado made in USA? ¿O los gobiernos latinoamericanos que sendos golpes similares -o no- del mismo origen derrocaron? ¿Goza de independencia el mundo entero en esta llamada "era de la globalización"? ¿Y de qué independencia gozan los pueblos que el desempleo, el hambre y la miseria castigan? ¿Y qué independencia espiritual los agracia cuando hace años, largos años, que persiste el esfuerzo de los poderosos para manufacturarles el alma, convertirlos en carne de cañón dispuesta, en terreno fértil para cualquier autoritarismo?
¿Hay que borrar, en consecuencia, la palabra "independencia" de todos los diccionarios? ¿O continuar la lucha por lograrla? Conteste usted, caro lector.
IN / DEPENDENCIA
Muchas han sido las veces en que el poder se sirvió de ella para lanzarnos, casi indefensos, a los colmillos de la dependencia, de las malignas y variadas modalidades de ella que nos han asolado durante dos siglos. Independencia del régimen colonialista a comienzos del siglo XIX para caer en la dependencia de caudillismos y montoneras que hicieron pavesas, de tan frágil que era, al Estado liberal-republicano. Independencia del ruralismo premoderno, de las garras cuartelarias de sus ejércitos, para ahogarnos en la dependencia del militarismo dictatorial y populista. Independencia del imperialismo con el encendido de unas marquesinas donde leímos "REVOLUCIÓN", palabra trucada por neogamonales que cegaron, ciegan, las demandas de libertad, solidaridad y equidad, es decir, de democracia tangible y diaria y para todos, con las humaredas de un discurso que venden por oro y que ni siquiera es abalorio sino alienación y arbitrariedad, neocolonización autoritarista de la sociedad desde su propio interior. No obstante, año tras año una ciudadanía cada vez más autoconciente, se resiste a esas estafas del poder, y de sus máscaras, e insiste en resistirlo con su larga marcha hacia realidades más fértiles y permanentes de independencia, esas en las que algún día se licuará la dependencia como fósil de un tiempo reducido a memoria y páginas de libros contrarios al olvido.
CONTRA EL GRAN INQUISIDOR DE TOLEDO
Independencia es aquello que no tenemos. Porque la independencia es un horizonte siempre por hacerse. Si creyéramos que ya somos del todo independientes, la idea no tendría sentido: habría desaparecido al dejar de nombrar una necesidad. Sólo tiene valor porque nos falta ser más independientes; y, sobre todo, porque nos falta saberlo mejor. Por eso, la independencia es la carencia que nos define. Mientras cundan las pestes ideológicas del racismo, el machismo, la xenofobia, el autoritarismo, la endogamia, la negación de la memoria histórica, el tradicionalismo ultramontano, y la conversión de la vida en mercado, no seremos independientes, y ni siquiera lo sabremos. Requiere mucho trabajo ser independiente, pero se aprende.
INDEPENDENCIA
Los múltiples sentidos de esta palabra han ido evolucionando y refinándose con el tiempo para adaptarse a nuevas situaciones y realidades. Es, por eso, un concepto que tiene connotaciones históricas, políticas, filosóficas, estéticas, literarias, etc. Aquí elijo la opción más obvia, o tal vez más obvia, pues se desprende del significado literal de "no dependencia".
Del romanticismo hemos heredado la idea de que toda forma de creación es un gesto supremo de negación de las normas y formas estéticas vigentes para abrir otras perspectivas que mantengan vivo el proceso.
Pero hay una paradoja: ningún creador puede declararse "independiente" de la tradición en la que -quiéralo o no- está inserto, ni de los límites que le impone el específico lenguaje que maneja: su independencia es siempre el resultado de ese compromiso.
Independencia
Utopía de dos paÍses inexistentes. El primero no aprovecha su poderío militar, su alta tecnología y su gran capacidad científica, cultural e intelectual para oprimir a otro, saquear sus recursos y el trabajo esclavo de sus habitantes.
El segundo establece un intercambio equitativo entre sus potencialidades humanas y naturales y los requisitos de la gran potencia. Su elite no se alía con la otra para la explotación de su pueblo. No hay racismo interno ni discriminación económica. No necesita expulsar a sus pobres hacia la metrópoli y se desarolla sin arruinar la naturaleza en beneficio de unos cuantos. Por supuesto, "no hay tal lugar". La independencia no existe.
AUTONOMÍA:
Manoseada palabra que denota, diccionario aparte, independencia. En el más lato de sus sentidos invoca un Estado que no es tributario de otro ni dependiente de otro, que no guarda servidumbres. Y, sin embargo, no es sinónimo, quién lo creyera, de la palabra espejismo.
· A esto aspiró un puñado de héroes americanos: a buscar un conglomerado de autonomías nacionales. Muchos de ellos lo hicieron hasta la muerte física o hasta la no menos física muerte política. Los escépticos dicen que la Independencia solo fue un cambio de piel, un cambio de dependencias y, por supuesto, una diferente falta de autonomía.
· En 1793 Antonio Nariño traduce "Los derechos del hombre y el ciudadano" en sus diez y siete artículos y un año después en Cartagena de Indias inspira la "Conspiración de los pasquines" que exulta libertad. Ese ejercicio de autonomía lleva a presidio a Nariño, a otros patriotas e impresores.
· A la vieja catequesis económica como recuerda José Luis Romero, y yo agregaría que a la religiosa, siguió la catequesis cultural. Y con ella, otro encabalgamiento de dependencias.
· Quien dijo que la historia es el reverso del traje de los amos, tiene sobrada razón. En ese reverso nos negamos a dejar morir un anhelo de independencia que conserve su sesgo libertario, y en el mejor de los casos, autoricida. Un poco como ocurre con la poesía, que es la araña que sube por la escoba que la barre.
Independencia y libertad.-
Desde mi perspectiva personal veo la independencia como resultado de una situación externa al sujeto, por causas sociales o materiales. En cambio, la libertad radica en el propio sujeto, hasta el punto de que puede sentirse libre incluso estando en prisión.
Uno de los componentes más inquietantes de la libertad, si no el que más, es la libertad de pensamiento. Acostumbra a reivindicarse más la libertad de expresión que, sin embargo, resulta falseada si no nace de un pensamiento libre. Lo saben los poderes dominantes que mediante técnicas de persuasión engañosas propagan las ideas o creencias favorables a sus intereses e inculcan dogmas contra el "relativismo" (el poder es siempre absolutista). Es también motivo de tantas trabas a una enseñanza laica, una escuela que eduque ciudadanos y no súbditos, cooperadores y no competidores. Programando las mentes infantiles cuando aún no pueden razonar por su cuenta, la manipulación será más fácil. Pero sin pensamiento libre, nuestra vida no es propiamente nuestra sino cautiva del pensar dominante.
En todo caso, para concluir, la justa libertad actúa lo mismo que la cometa, cuyo ágil vuelo se debe a su sujeción. El viento no la remonta sin ataduras. Igualmente la libertad debe sustentarse en la responsabilidad al ejercerla. En la divisa francesa para la edad moderna la libertad se acompaña con dos garantías que la legitiman: la igualdad y la fraternidad.
En la Colombia del siglo XIX circuló un poema satírico sobre un partido político que no sobrevivió. El partido Independiente, decían los versos, perdió el "in" y se volvió dependiente; luego perdió el "de" y se quedó pendiente; luego, sin el "pen", no quedó más que un diente. No recuerdo cómo terminaba el asunto, pero ahora, cuando pienso en esta independencia con la que a todos se nos llena la boca, se me viene a la cabeza esta imagen: un perro viejo que ladra, pero no muerde. Porque ni dientes tiene.
INDEPENDENCIA
Si alguien autónomo es alguien que es dueño de su tiempo, cabría decir que un pueblo independiente es aquel que es dueño de su tiempo histórico. Y de sus pequeñas decisiones cotidianas (las grandes eras están hechas de pequeños minutos). Puede, de hecho, que el minuto sea el último reducto de la independencia. Vista a lo grande, la política se ha rendido a la economía. La educación, la cultura y la sanidad parece que van por el mismo camino. Es posible, por tanto, que la revolución dure sólo 60 segundos. Durante ese tiempo somos los únicos soberanos. Más allá comienzan las justificaciones, la entrega, la dependencia. Por lo demás, los clásicos nos recuerdan siempre que lo que tiene historia no puede tener definición. Avisados quedamos.
© Casa de América. La Casa de América y La estafeta del viento no asumen responsabilidad alguna por las opiniones expresadas por sus editores, redactores y colaboradores.