Estás en: La aldea...

Portada de La aldea de sal, de Lêdo Ivo

Actualización: 24/01/2012

Lêdo Ivo

La aldea de sal

Ed. Calambur

Trad. de Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre

Colección: Poesía, 95

192 págs.

Madrid

2009.

ABCD las Artes y las Letras, 16 de enero de 2010

La claridad del canto

En «Veredicto popular», un escrito publicado el 8 de febrero de 1956, Indalecio Prieto afirmaba que en política «no bastan las ideas» sino que hacen falta quienes «las encarnen e interpreten». En poesía, también. Y eso es lo que hace tan interesante la escritura del brasileño Lêdo Ivo (Alagoes, 1924), cuya obra ha sabido expresarse en numerosos géneros, manteniendo en todos ellos una poética caracterizada por la unitaria variedad de sus registros.

La excelente antología preparada por Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre visualiza los múltiples caminos que recorre y hace inteligible el desarrollo de su complejo sistema de dicción. Ivo es un poeta que libera su yo en el canto y para el que éste es una continua -pero no autofágica- consunción. El martilleo del mar le «enseñó a escribir versos extensos, desbordados como las olas». Pero este uso personalísimo del versículo no es en él una técnica sino una necesidad que -desde su primer libro: Las imaginaciones (1944)- irá perfeccionando hasta articular su mundo en las distintas posibilidades expresivas expuestas allí ya.

ASUNCIÓN DE LA SOLEDAD. Sin embargo, es en Odas y elegías donde su universo se estructura en la asunción de la soledad como medio «para comunicarse con la vida» y como modo de celebrar la sinfonía de la realidad. Ido sabe que «vivimos evocando diariamente un reino desaparecido / que no llegamos nunca a conocer». Pero -en vez de derivar hacia posturas líricas solipsistas- busca la unión con los hombres y con las cosas, y vincula metafísica y solidaridad: en Oda al crepúsculo (1948) su mundo -que parecía configurado y hecho- experimenta una modificación, que no será la última, porque para este creador sólo existe una verdad: la de su imaginación, que siempre se transforma. Por eso en su Cántico (1949) añade otro rasgo a su poética -«ser invariable sin repetirse»- y pone en práctica una mezcla de «ocultamiento y confesión» que son dos de los polos permanentes de su poética.

En los siguientes libros su escritura se condensa, pero sin perder nunca su alto contenido emocional. La huella de la poesía simbolista francesa se hace ahora muy visible, aunque no anula su anterior cosmovisión: la ajusta y desarrolla, como demuestra su poema «Más allá del pasaporte», que enlaza con uno de sus primeros textos publicados -«Cavalo Morto»- y donde aparece otro de sus motivos más continuos: el de la «retórica del cosmos, en la que todo es orden y rigor».

Su «Oda a la chatarra» supone una superación de sus dicotomías formales anteriores y en ella Ivo reencuentra el cauce discursivo que mejor se adapta a su voz: el del poema de corte romántico y modulación moral, con referentes directos y específicos, y en el que el movimiento va de fuera a adentro y no al revés.

EL BARROQUISMO DE DIOS. Su poesía urbana de los años sesenta -que entronca con la «de las mesas quirúrgicas, los apostaderos y los balnearios», de raíz eliotiana, y con la reverdyana de «los relámpagos, fotógrafos de lo absoluto» de finales de los años cuarenta- alcanza una percepción mucho más precisa y honda, como puede verse en «Salva la nieve que cae en Nueva York / y el residuo de la vida que se oculta / en la rama reseca del nogal, / y el frío que ilumina la ventisca, / y los párpados del ciego en Central Park. / Atesora lo que el otoño desperdicia». La imagen lingüística ha sido sustituida por la plástica, y la intuición de lo inefable por lo que Ivo llama «el barroquismo de Dios». La expresión se ha clarificado, y el poema también.

Una versión modernizada de uno de los más conocidos episodios de la Odisea homérica sirve de eje a Finisterra (1972): «Camino entre la multitud y mi nombre es nadie» y «Canta para mí, oh Musa, al astuto varón Nick Carter». Y, junto a este guiño y vuelta a la vez a la tradición, hechos por un poeta formado en la estética de las vanguardias, se advierte, en los ochenta y los noventa, un giro hacia lo religioso y lo social, que, tras rozar de nuevo la contención, se vuelca ahora en lo reflexivo. Afirma entonces que su «patria no es la lengua portuguesa» porque «ninguna lengua es una patria», y elige el sistema formular del Beatus ille horaciano combinado con el de las bienaventuranzas en «Réquiem», un texto de arquitectura paralelística y tono ético-existencial, que permite ver lo que esta escritura -que, en sus inicios, se nutrió de los titulares de los periódicos- es capaz de extraer de la expresión litúrgico-ritual. He aquí una prueba más de la riqueza y variabilidad de este lirismo tan sistemático como sorprendente.

JAIME SILES

www.papel-literario.com, 1 de febrero de 2010

La poesía como defensa de compromisos

Se recoge en esta obra una relación de poemas del autor brasileño Lêdo Ivo, de la conocida en su país como generación del 45, un proyecto de actualizar el modernismo y las vanguardias de la lírica. El autor posee una extensa obra, reiteradamente premiada, que abarca también narraciones y ensayos, además de unos veinte libros de poesía. Reconocido en su patria como Intelectual del Año (1990), sus textos revelan el compromiso de un escritor capaz de solidarizarse con los más marginados, sin recurrir a frases doctrinales de ideologías perfectamente estructuradas pero distantes a la realidad de aquellos seres humanos descartados hasta por los credos más caritativos. Lêdo canta al amor no romántico, a la vida no excepcional ni en lo placentero ni en lo trágico, a aquellos cuya miseria excede el concepto de pobreza; canta a los poetas como personas perdidas en la inmensidad de una lengua que nunca cabe en los diccionarios, canta a su breve territorio local y denuncia los desmanes de los poderosos y de los intrascendentes, de los destacados y los ocultos en la mediocridad de la existencia.

Ajeno a lujos lingüísticos, pero innovador en la plasmación de las misma imágenes dichas de otra manera no trillada, en sus últimas composiciones surge casi evangélico desde la retórica bíblica ("Felices los sedentarios que un día se fueron"), metaliterario así en "Rilke va al dentista", tiernamente ácido como en "Los pobres en la estación de autobuses", texto magnífico y casi insoportable, o mítico en "Finisterra".

Esta antología, correctamente traducida y con una adecuada elección de poemas, permite descubrir -para quien no lo conociera- a un autor poco frecuentado en España, representante de un tipo de escritura profunda, no siempre fácil ni amena, sino desgarradora en sus serenas reflexiones, propias de alguien que ha meditado a través de la palabra, de la metáfora y que se vuelca en versos libres, los cuales, a veces, duelen como flechas: "Los poetas son sepultureros que entierran palabras/ y se contentan con algunas migajas del diccionario./ Criaturas frugales, no admiten que las palabras brillen como/ luces de navíos/ [...]/ Pero [...] las palabras desterradas se levantan de sus tumbas/ y, en el espacio reservado a las fulguraciones perpetuas,/ componen el gran poema del universo".

Identificado con Ulises o Nadie, alter ego de Noé, deslumbrado por el peso de las galaxias, por los andrajos de los mendigos, aporta otras coordenadas emocionales a la poesía, un precario registrar injusticias que van cambiando de víctimas y verdugos, pero que atraviesan las épocas como las tijeras del viento; por eso puede resultar sublime y grotesco, trivial y necesario, fríamente válido.

http://www.darrax.es/typo1/index.php?id=269_decode_entities("", "amp", "...

Mª VICTORIA REYZÁBAL

 

 

Share this